miércoles, 26 de noviembre de 2014

RELATOS PEDAGÓGICOS

“Sentimientos Encontrados”


Hace algunos años, en la última etapa de la escuela secundaria comencé a plantearme qué era lo que quería estudiar en un futuro. Muchas carreras y profesiones se me venían a la mente, pero dos de ellas predominaban en la lista: Licenciatura en Psicología y Profesorado de Maestra Jardinera. En el transcurso de mis pensamientos una frase se repetía en mi entorno:

-       “Estudia otra cosa, las maestras no ganan nada, no vas a tener futuro”

-       “Pensá en tu futuro, en tu economía”


Al escuchar estas palabras, terminé anotándome en el CBC para seguir la carrera de Licenciatura en Psicología en la Universidad de Buenos Aires. Tardé dos años en terminar el CBC, todo me resultaba denso y complicado, la mayoría de las materias no eran de mi agrado, pero seguí y lo termine, pensando siempre en que era una etapa que debía atravesar para poder estudiar lo que quería, motivándome hasta arrancar realmente con la carrera que había elegido.                                   Entre a la Facultad de Psicología  y comencé a cursar las primeras materias: Estadística, Psicología General y Neurofisiología. En la cursada me iba relativamente bien, había aprobado los primeros parciales y estaba a punto de rendir los segundos. Pero empecé a sentirme desmotivada, comencé a leer cada vez menos los apuntes y a faltar a clases sin motivos…Llegó el momento de rendir los segundos parciales y los aprobé pero de todas las materias debía rendir finales.

      Empecé a prepararme para los mismos, cada vez con menos entusiasmo… Hasta que un día sucedió algo que no esperaba, una pérdida personal muy importante, demasiado, que me hizo repensar el sentido de la vida y preguntarme:

-       ¿Tiene sentido dejar de hacer lo que uno realmente quiere en la vida por lo que los demás te digan, por sus opiniones o consejos? Si en este mundo no sabemos que puede pasar el día de mañana, podemos estar o no…
-        
En ese momento decidí dar un vuelco en mi vida y dedicarme a lo que quise hacer desde muy chica y que había dejado de lado por lo antes mencionado.
No me presente a rendir los finales que debía, y decidí anotarme en el Profesorado de Nivel Inicial. Comencé a vivir la vida de otra manera, disfrutando cada minuto que pasaba con las cosas que realmente desea y que me hacían feliz…

Así fue como hace 4 años me decidí y me propuse dar todo de mi para lograr la meta que tanto quería cumplir, la de enseñar a los más pequeñitos.
Luego de haber pasado por diferentes materias, seminarios, talleres, me di cuenta que esto era lo que realmente necesitaba. Dedicaba mi tiempo y mis ganas, lo disfrutaba.

Pero llegó el momento más difícil, era hora de poner en práctica dentro de una sala todo lo aprendido, debía realizar mis prácticas del Taller 3 en Jardín Maternal. El sentimiento que predominaba en mi era el miedo. Mis primeras prácticas, mi primer contacto con nenes en el ámbito de un jardín y con delantal puesto,  mis primeras planificaciones, materiales, que podría hacer con nenes tan chiquitos, cómo sería llevar a la práctica todo lo aprendido, cómo comunicarme con ellos que recién están comenzando a vivir, cómo los entendería si algunos ni siquiera hablan, cómo me llevaría con las maestras, ¿tendrían ganas de que alguien estuviera observando su trabajo y “metiéndose” con su grupo de niños? Todo eso daba vueltas en mi cabeza.

Llegó el día de comenzar las prácticas, me designaron el jardín Estatal del Hospital Durand y la sala de un año. Ese día vino acompañado por un torbellino de sensaciones que me acechaban: miedo, dudas, nervios, ansiedad, felicidad. Pero puedo asegurar que al entrar en la sala y al sentir el buen recibimiento de las docentes y de los nenes, todo eso se fue opacando y con el pasar de los días se fue convirtiendo en disfrute, en felicidad.

Fue así que pude relacionarme con los chicos de una manera especial, como un nuevo sostén para ellos, estando a su disposición cuando ellos lo necesitaran, siempre junto a sus maestras. Asimismo pude relacionarme de la mejor manera con las docentes, pensando juntas cual era la mejor opción para trabajar con ese grupo de niños, que estrategias utilizar y  poco a poco las planificaciones fueron saliendo mejor de lo que pensé.             Debía hacer 3 secuencias didácticas, y decidí realizar una de expresión corporal, una de juego heurístico y una de Psico -Motricidad.

La primera estaba compuesta por actividades con diferentes pañuelos, telas, cintas, y pelotas. La segunda estaba compuesta por varias canastas con diferentes materiales de la vida cotidiana para que los nenes pudieran explorar. La tercera se basaba en una secuencia con cajas de cartón para incentivar el arrastre mediante sogas atadas en las cajas, y luego diferentes materiales que podían ser introducidos en la misma, hasta llegar a hacerle agujeros con diferentes formas y entregarles esas formas para que ellos encastren.
           
Todo estaba planificado, pensado y repensado, organizado. Sin embargo no se me quitaban los nervios y el miedo de implementar por primera vez sola dentro de una sala, y con nenes tan chiquitos.
Llegó el día, la primera actividad que realice fue con telas de diferentes tamaños, algunas tiradas en el piso y otras atadas por la sala, de pared a pared por ejemplo, de tal manera que permitían diferentes intervenciones con las mismas. Tal como lo había planificado, preparé el escenario cuando los nenes estaban en Educación Física y cuando regresaron los invité a que ingresen a la sala. Sin decir una palabra deje que los nenes comiencen a interactuar con las telas, y luego de un tiempo, casi naturalmente, los nenes comenzaron a sumarme a su juego. Me acercaban las telas, se escondían detrás de ellas; y así fue como entre a relacionarme. Por momentos me acercaba a cada uno de ellos y realizaba diferentes movimientos y acciones con las telas, por otros volvía a mi papel de observadora…Al cabo de un tiempo decidí terminar la actividad y dejar ese interés abierto para otro momento.

Todas mis dudas se habían despejado, el miedo se había ido, y me había quedado una hermosa sensación. Pude observar a los nenes disfrutando de la actividad, de cada cosa que hacían o hacíamos juntos.
Había podido superar ese obstáculo que desde el principio me paralizaba, la actividad había salido mejor de lo que esperaba y los nenes naturalmente se apropiaron de lo que les había ofrecido.

A partir de esta experiencia pude concluir en que las primeras veces siempre cuestan, siempre nos generan un “no se qué” que nos hace dudar si estamos haciendo las cosas bien, nos revolucionan. Pero también aprendí que hay que aprender a enfrentarse con ese torbellino de sensaciones, superar los obstáculos que estas nos generan y permitirnos vivir las sensaciones placenteras, emocionantes y gratificantes que dan cuenta de todo el esfuerzo que pusimos para llegar y que realmente vale la pena.

Al terminar mis primeras prácticas en ese jardín, al realizar las siguientes y hoy en día trabajando como docente de sala,  sigo confirmando que la decisión que tome, el cambio que hice en mi vida, fue realmente correcto.

Mi meta en la vida, definitivamente es brindarle a los niños de las nuevas generaciones que están por venir, nuevas experiencias, sensaciones, valores, saberes y mucho más.

Volver a reflexionar sobre lo que vivimos, reflexionar en el instante sobre lo que estamos viviendo, y poder hacer algo al respecto es la clave para poder disfrutar de lo que hacemos en la vida y sobre todo en esta profesión, para poder recrear nuevas experiencias maravillosas que enriquezcan el universo de cada uno de nuestros alumnos.



  


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