“Sentimientos Encontrados”
Hace algunos años, en la última etapa de la escuela secundaria comencé a
plantearme qué era lo que quería estudiar en un futuro. Muchas carreras y
profesiones se me venían a la mente, pero dos de ellas predominaban en la
lista: Licenciatura en Psicología y Profesorado de Maestra Jardinera. En el
transcurso de mis pensamientos una frase se repetía en mi entorno:
-
“Estudia otra cosa, las
maestras no ganan nada, no vas a tener futuro”
-
“Pensá en tu futuro, en
tu economía”
Al escuchar estas palabras, terminé anotándome en el CBC para seguir la
carrera de Licenciatura en Psicología en la Universidad de Buenos Aires. Tardé
dos años en terminar el CBC, todo me resultaba denso y complicado, la mayoría
de las materias no eran de mi agrado, pero seguí y lo termine, pensando siempre
en que era una etapa que debía atravesar para poder estudiar lo que quería,
motivándome hasta arrancar realmente con la carrera que había elegido. Entre a la
Facultad de Psicología y comencé a
cursar las primeras materias: Estadística, Psicología General y
Neurofisiología. En la cursada me iba relativamente bien, había aprobado los
primeros parciales y estaba a punto de rendir los segundos. Pero empecé a
sentirme desmotivada, comencé a leer cada vez menos los apuntes y a faltar a
clases sin motivos…Llegó el momento de rendir los segundos parciales y los
aprobé pero de todas las materias debía rendir finales.
Empecé a prepararme para los
mismos, cada vez con menos entusiasmo… Hasta que un día sucedió algo que no
esperaba, una pérdida personal muy importante, demasiado, que me hizo repensar
el sentido de la vida y preguntarme:
-
¿Tiene sentido dejar de
hacer lo que uno realmente quiere en la vida por lo que los demás te digan, por
sus opiniones o consejos? Si en este mundo no sabemos que puede pasar el día de
mañana, podemos estar o no…
-
En
ese momento decidí dar un vuelco en mi vida y dedicarme a lo que quise hacer
desde muy chica y que había dejado de lado por lo antes mencionado.
No
me presente a rendir los finales que debía, y decidí anotarme en el Profesorado
de Nivel Inicial. Comencé a vivir la vida de otra manera, disfrutando cada
minuto que pasaba con las cosas que realmente desea y que me hacían feliz…
Así fue como hace 4 años me decidí y me propuse dar todo de mi para
lograr la meta que tanto quería cumplir, la de enseñar a los más pequeñitos.
Luego
de haber pasado por diferentes materias, seminarios, talleres, me di cuenta que
esto era lo que realmente necesitaba. Dedicaba mi tiempo y mis ganas, lo
disfrutaba.
Pero llegó el momento más difícil, era hora de poner en práctica dentro
de una sala todo lo aprendido, debía realizar mis prácticas del Taller 3 en
Jardín Maternal. El sentimiento que predominaba en mi era el miedo. Mis
primeras prácticas, mi primer contacto con nenes en el ámbito de un jardín y
con delantal puesto, mis primeras
planificaciones, materiales, que podría hacer con nenes tan chiquitos, cómo
sería llevar a la práctica todo lo aprendido, cómo comunicarme con ellos que
recién están comenzando a vivir, cómo los entendería si algunos ni siquiera
hablan, cómo me llevaría con las maestras, ¿tendrían ganas de que alguien
estuviera observando su trabajo y “metiéndose” con su grupo de niños? Todo eso
daba vueltas en mi cabeza.
Llegó el día de comenzar las prácticas, me designaron el jardín Estatal
del Hospital Durand y la sala de un año. Ese día vino acompañado por un
torbellino de sensaciones que me acechaban: miedo, dudas, nervios, ansiedad,
felicidad. Pero puedo asegurar que al entrar en la sala y al sentir el buen
recibimiento de las docentes y de los nenes, todo eso se fue opacando y con el
pasar de los días se fue convirtiendo en disfrute, en felicidad.
Fue así que pude relacionarme con los chicos de una manera especial,
como un nuevo sostén para ellos, estando a su disposición cuando ellos lo
necesitaran, siempre junto a sus maestras. Asimismo pude relacionarme de la
mejor manera con las docentes, pensando juntas cual era la mejor opción para
trabajar con ese grupo de niños, que estrategias utilizar y poco a poco las planificaciones fueron
saliendo mejor de lo que pensé. Debía
hacer 3 secuencias didácticas, y decidí realizar una de expresión corporal, una
de juego heurístico y una de Psico -Motricidad.
La primera estaba compuesta por actividades con diferentes pañuelos,
telas, cintas, y pelotas. La segunda estaba compuesta por varias canastas con
diferentes materiales de la vida cotidiana para que los nenes pudieran
explorar. La tercera se basaba en una secuencia con cajas de cartón para
incentivar el arrastre mediante sogas atadas en las cajas, y luego diferentes
materiales que podían ser introducidos en la misma, hasta llegar a hacerle
agujeros con diferentes formas y entregarles esas formas para que ellos
encastren.
Todo estaba planificado, pensado y repensado, organizado. Sin embargo no
se me quitaban los nervios y el miedo de implementar por primera vez sola
dentro de una sala, y con nenes tan chiquitos.
Llegó
el día, la primera actividad que realice fue con telas de diferentes tamaños,
algunas tiradas en el piso y otras atadas por la sala, de pared a pared por
ejemplo, de tal manera que permitían diferentes intervenciones con las mismas.
Tal como lo había planificado, preparé el escenario cuando los nenes estaban en
Educación Física y cuando regresaron los invité a que ingresen a la sala. Sin
decir una palabra deje que los nenes comiencen a interactuar con las telas, y
luego de un tiempo, casi naturalmente, los nenes comenzaron a sumarme a su
juego. Me acercaban las telas, se escondían detrás de ellas; y así fue como
entre a relacionarme. Por momentos me acercaba a cada uno de ellos y realizaba
diferentes movimientos y acciones con las telas, por otros volvía a mi papel de
observadora…Al cabo de un tiempo decidí terminar la actividad y dejar ese
interés abierto para otro momento.
Todas mis dudas se habían despejado, el miedo se había ido, y me había
quedado una hermosa sensación. Pude observar a los nenes disfrutando de la
actividad, de cada cosa que hacían o hacíamos juntos.
Había
podido superar ese obstáculo que desde el principio me paralizaba, la actividad
había salido mejor de lo que esperaba y los nenes naturalmente se apropiaron de
lo que les había ofrecido.
A partir de esta experiencia pude concluir en que las primeras veces
siempre cuestan, siempre nos generan un “no
se qué” que nos hace dudar si estamos haciendo las cosas bien, nos
revolucionan. Pero también aprendí que hay que aprender a enfrentarse con ese
torbellino de sensaciones, superar los obstáculos que estas nos generan y
permitirnos vivir las sensaciones placenteras, emocionantes y gratificantes que
dan cuenta de todo el esfuerzo que pusimos para llegar y que realmente vale la
pena.
Al terminar mis primeras prácticas en ese jardín, al realizar las
siguientes y hoy en día trabajando como docente de sala, sigo confirmando que la decisión que tome, el
cambio que hice en mi vida, fue realmente correcto.
Mi meta en la vida,
definitivamente es brindarle a los niños de las nuevas generaciones que están
por venir, nuevas experiencias, sensaciones, valores, saberes y mucho más.
Volver a reflexionar sobre lo que vivimos,
reflexionar en el instante sobre lo que estamos viviendo, y poder hacer algo al
respecto es la clave para poder disfrutar de lo que hacemos en la vida y sobre
todo en esta profesión, para poder recrear nuevas experiencias maravillosas que
enriquezcan el universo de cada uno de nuestros alumnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario